EDICIÓN ESPECIAL: Déjame Salir |•| Mi hermano (Parte I)  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

Hora de humedecer el pasaporte con sellos.
Me voy 10 días pero no os preocupéis, intentaré no volver.
Sin embargo, prefiero no dejar esto secando al sol mientras me ausento.
Así que, aunque sea largo y tedioso -lo sé- os dejo un texto que me dejó de piedra,
como le sucede al protagonista... se trata de él, mi hermano.






Un mediodía de Navidad, en plena comida y sin que ninguna enfermedad o aviso previo -ni tan siquiera pequeño y discreto- nos hubiese inducido a sospechar problema alguno de salud, mi hermano se murió. No había sido nunca un muchacho muy activo -se mareaba a menudo, y no le gustaba jugar al fútbol ni emborracharse con los compañeros cuando íbamos al restaurante chino de detrás de la escuela, no tanto porque la comida fuese barata como porque en el momento de pagar nos invitaban a vasitos de licor sin preguntarnos la edad-, pero tampoco era enfermizo, ese tipo de muchacho que enseguida se ve que no está bien del todo. Por eso papá y mamá se quedaron en tal estado de shock que no acababan de entender qué pasaba en realidad. En el fondo supongo que no querían entenderlo, porque si de verdad hubiesen querido les habría resultado muy fácil darse cuenta: Toni estaba bien muerto, allí delante de ellos, y si no atinaban a verlo era porque quizás no podían permitírselo.

Déjame Salir |•| Mi hermano (Parte II)  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

[…] Papá trabajaba en una tienda de taxidermia de la plaza Reial; era un buen padre y un buen marido, y no tenía ningún vicio, a excepción de una enorme caja de madera que escondía en el armario, con revistas de señoras desnudas y con la entrepierna difuminada, cerrada con un candado que mi hermano y yo abríamos cuando nos dejaban solos en casa. Por las tardes, mamá llevaba la contabilidad de una pequeña empresa de construcción. No éramos la foto de familia feliz que sale en los anuncios de cocinas y frigoríficos, pero tampoco nos ahogaba la depresión. Vivíamos al día y no ahorrábamos mucho porque nuestros estudios y la hipoteca del piso devoraban los dos sueldos. Al cine no íbamos nunca. Como gran desembolso semanal, cada sábado papá compraba el diario deportivo para informarse de los partidos que se jugaban ese fin de semana. Compraba el del sábado porque así tenía dos días para leerlo de cabo a rabo; comprar el del domingo le parecía un dispendio exagerado si sólo tenía un día para leerlo. El domingo veíamos siempre el partido que daban por la tele, fuese el que fuese y aunque los equipos nos cayesen tan lejos que nos costase incluso situarlos en el mapa. Cuando me llegó la adolescencia, los sábados y los domingos mamá insistía en que saliese con amigos; no quería que fuese lo que ella llamaba un “niño de piso”. “Encerrado todo el día en casa no tendrás nunca amigos; ni encontrarás ninguna chica que se case contigo.” Mi hermano, dos años más pequeño que yo, se reía; le hacía gracia eso de las chicas y de casarse. Yo prefería quedarme en casa, viendo con papá los partidos de fútbol de la tele.

Lo de Toni fue justo después que mamá hubiese llevado a la mesa la fuente con el turrón y los barquillos. Nos habíamos comido la sopa, el cocido y el pollo relleno, y de repente, como si fuese lo más normal del mundo, la cabeza de mi hermano se decantó hacia delante, muy despacio, hasta clavar la cara en el plato de turrón. Papá y mamá se quedaron helados. Con sólo tocarlos se hubiesen resquebrajado hasta hacerse añicos. Los vi tan incapaces de reaccionar que, en una crítica milésima de segundo, decidí hacer, yo también, como si no me diese cuenta. De hecho no le miraban: miraban la mesa, justo al frente, forzando la vista para no verlo, tan indefensos que, para que no sufriesen, al menos de momento, pasé la mano por la espalda de Toni y, para enderezarle el torso, le estiré el cuello del jersey. Como toda esta actividad necesitaba una justificación que la hiciese mínimamente verosímil, cogí la servilleta y le limpié los labios. Era un momento de trámite, porque, en cuanto quisiésemos, podríamos volver atrás: cualquiera de los tres –papá, mamá o yo- podía echarse a llorar y proclamar a los otros dos la verdad evidente. Pero nadie se atrevía. Seguro que ninguno de los tres pensaba en aquel momento que la intención fuese negar que hubiese muerto. Los tres –yo con aquel tirón del cuello y aquel pasarle el brazo por la espalda mientras le limpiaba los labios; ellos haciendo como que no se daban cuenta– pretendíamos, a lo sumo, retrasar el momento de las prisas y los llantos.

Déjame Salir |•| Mi hermano (Parte III)  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

[…] Siempre me destrozaba el corazón ver a mamá llorar, y a papá no lo había visto llorar nunca, ni tan siquiera cuando la muerte súbita de mi hermana, en la cuna. Los recuerdo al lado del ataúd pequeño y blanco, mamá deshecha en lágrimas y papá con los ojos enrojecidos. Ahora, mientras limpiaba los labios muertos de Toni, aún me justificaba pensando una y otra vez que lo que en definitiva hacíamos era, únicamente, retrasar un poco el instante de enfrentarnos con la verdad. Fue en el momento en que papá se dirigió a él con naturalidad aparente –“Me parece que has bebido demasiado, Toni”- cuando entendía que no tenían prisa alguna por aceptar la evidencia y que aquel “me parece que has bebido demasiado, Toni” me lo dirigía más a mí que a Toni, que ya no lo podía oír, ni lo podría oír nunca más. Por eso accedí a su súplica silenciosa y, para ayudarlos a simular aquella fantasía confortable, de repente me puse en pie, cogí a Toni por los sobacos y lo levanté de la silla mientras le decía: “Venga, vamos, te acompañaré a la cama. Has comido demasiado”.

Cambié la recriminación de la bebida por la de la comida porque consideré que, incluso inconscientemente, papá y mamá agradecerían que no lo tildase de borracho en aquella última ocasión. La verdad, además, es que apenas había bebido media copa de champán y, en cambio, se había comido la sopa, había repetido de cocido y, dos veces, de pollo relleno, y si no había empezado a atacar simultáneamente los barquillos y el turrón era porque de repente se había quedado seco. Con mi brazo derecho por detrás de su espalda, hasta el sobaco por donde le sujetaba, y su izquierdo alrededor de mi cuello y sujetándole la mano para que no se cayese, lo llevé a la habitación que compartíamos. Lo senté en una silla, con la cabeza sobre el escritorio, dudando si debía pasar por el trance de desnudarlo y ponerle el pijama. Pero era evidente que debía pasar por él si de lo que se trataba era de simular con un poco de coherencia que todo continuaba como si tal cosa. Si le metía en la cama vestido, no podríamos aparentar que no había pasado nada. Así pues, me apliqué con toda la inexperiencia de la primera vez. Sólo quien ha vestido o desnudado a un muerto sabe lo difícil que es, porque todos y cada uno de los miembros coinciden en tener lo que, con toda lógica, se denomina peso muerto, y cuando crees que por fin has metido un brazo por una manga, todo el cuerpo se decanta hacia el otro lado y tienes que calzarlo como sea –con tu pecho, la pierna, la espalda- y seguir adelante: la otra manga, la pernera derecha, la pernera izquierda…

Salí de la habitación sudando. En el comedor me esperaban papá y mamá, con cara ansiosa, suplicándome con los ojos que no les deshiciese aún el engaño. “Se ha quedado dormido enseguida”, dije. Respiraron aliviados. “Eso es que ha comido demasiado”, dijo mamá, excesivamente tensa para improvisar una opinión nueva. “Y ha bebido demasiado. ¡Una botella de champán os habéis bebido entre los dos!” Era papá quien exageraba. “Si ahora duerme, después se encontrará mejor”, dijo mamá. “Pero se despertará a la hora de ir a dormir y entonces por la noche no dormirá”, se quejaba papá. “¿Y qué?”, decía mamá, “lo importante es que ahora duerma”.

Déjame Salir |•| Mi hermano (Parte IV)  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

[…] Encerrado en la habitación, me quedé sentado junto a mi hermano y, como él tenía el rostro sereno, era como si aún pudiese despertar en cualquier momento y decir: “Bueno, va, basta de broma. Os lo habíais creído, ¿verdad?”. Estaba en la cama, con el pijama de rayas azuladas, la mano sobre el embozo y los ojos abiertos. Le bajé los párpados. Nadie duerme con los ojos abiertos. Tenía la piel fría. ¿Y pálida? No mucho. A las ocho y pico consideré que ya llevaba suficiente rato allí con él. Total ¿para qué? Fui al comedor para anunciar que Toni no cenaría. Mamá levantó el dedo como si yo fuese el culpable: “Ya te decía yo que había comido demasiado”. “No es sólo lo que ha comido. ¡Una botella de champán se han bebido entre los dos!”, decía papá, obsesionado en prevenirnos de los peligros del alcohol, que se habían llevado a la tumba a su hermano pequeño. Me senté y comí cuatro trozos de turrón; no tenía más hambre. Después volví a la habitación, contemplé un instante a Toni, me puse el pijama, me metí en la cama y empecé a leer. A las once y pico, papá y mamá vinieron a darnos las buenas noches. Cogidos de la mano y recortados en el rectángulo de luz de la puerta, no se decidían a entrar. Me di cuenta de que de repente se habían hecho mayores y frágiles. Nos dieron un beso. Primero a Toni y luego a mí. Mamá lo arrebujó con la manta y la sábana. A mí me hablaba bajo para no despertarlo: “Apaga la luz, que con tanta luminaria no debe poder dormir bien”.

Dormí como un tronco, más horas de las que había imaginado, y cuando me desperté me desconcertó encontrar a Toni exactamente como lo había dejado. La misma postura, la misma mano sobre el embozo. Pero ¿cómo tendría que haberlo encontrado, si no? ¿Qué esperaba? ¿Que en plena noche se hubiese dado la vuelta en medio de un sueño y todo hubiese resultado un delirio de Navidad? Dejé para otro día la tarea de ducharlo y le vestí enseguida, antes de vestirme yo. Los esfuerzos del día anterior para desnudarlo y ponerle el pijama se repitieron ahora para quitarle el pijama y vestirle. Quedé tan sudado que fui yo quien, acto seguido, se duchó con prisa. En el comedor, papá y mamá nos recibieron con una sonrisa que mezclaba agradecimiento e impaciencia. Mamá consideró que Toni tenía mejor aspecto.

Cada día que pasaba lo vestía y lo desvestía con más rapidez, y pronto conseguí que se sentase en la silla, y se levantase, con una naturalidad aceptable, y que incluso esbozase alguna sonrisa o levantase irónicamente la ceja derecha. Pasé las dos semanas de vacaciones en casa, liado con los libros de taxidermia de papá. Llevarlo al instituto fue más complicado. De entrada, la dificultad de subirlo al autobús sin que se cayese a cada momento, y sin parecer que llevaba a un borracho. Pero cada día que pasaba me desenvolvía mejor. Los días peores eran aquellos en los que no encontraba asiento libre y tenía que sujetarlo todo el rato, disimuladamente, con mi brazo derecho por detrás de su espalda, aferrándolo por el sobaco, y con su brazo izquierdo alrededor de mi cuello para, asiéndole la mano izquierda, evitar que se cayese al tomar las curvas. En el instituto, primero lo llevaba a su clase y lo sentaba en su pupitre, explicaba que se había mareado y que enseguida estaría bien, y yo me iba hacia mi clase. Si me preguntaban, les hablaba de los mareos que padecía desde pequeño y que ahora se le habían hecho constantes. Por fortuna, Toni había sido siempre un muchacho callado, que nunca en la vida había levantado el dedo en clase para contestar ninguna pregunta. La masificación escolar hacía el resto. Con cerca de una cincuentena de alumnos por aula, si se es discreto es fácil pasar desapercibido.

Un mediodía salí de matemáticas, corriendo para ir a buscarlo, y descubrí que no estaba. Un compañero que aún recogía sus libros, en un pupitre en la otra punta del aula, me dijo que se lo habían llevado a la enfermería. Lo encontré en una litera. El encargado de la enfermería me dijo que tendríamos que averiguar el porqué de todos esos desmayos, no fuera que tuviese anemia.
-Tendríais que hacerle una analítica.

Le dije de acuerdo y ya no hemos vuelto a hablar del asunto. Poco a poco he ido mejorando la técnica para ducharlo y afeitarlo. Ahora subo con él al autobús y al metro con gran agilidad.

Déjame Salir |•| Mi hermano (Parte V)  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

[…] A menudo se me repite un sueño: yo soy el muerto pero no lo sé y, para no violentarme, mi hermano finge que el muerto es él mientras, disimulando la verdad, me lleva de un lado a otro. Es él quien, con el brazo que me pasa por la espalda, me aguanta y me hace cumplir con las rutinas de la vida diaria. Es un sueño que me hace feliz y me ayuda a llevar adelante esta complicada vida conjunta que llevamos. Hubo, eso sí, un momento crítico: cuando encontró novia, Teresa, una chica que de forma especial valora en él que sepa escuchar, una actitud nada habitual en otros hombres, dice. Me pareció que no conseguiría salir adelante. Sobre todo cuando decidieron ir a vivir juntos y tuve que convencerla de los motivos inexcusables –inventados sobre la marcha- por los que yo también tenía que ir a vivir con ellos.

Seis años más tarde murió mamá y, al cabo de pocos meses, papá, que sin ella se deshizo como un helado al sol de agosto. Pensé que, al haber muerto nuestros padres, por fin había llegado el momento de dejar de fingir. Pero le doy vueltas y más vueltas, y siempre acabo por no atreverme. En parte porque esta dedicación obsesiva a mi hermano, este vivir por persona interpuesta, me ha ahorrado todos estos años tenerme que relacionar demasiado con gente, tener que ser realmente yo, y en parte por Teresa, que no sé si soportaría saber la verdad.

Lo cortés no quita lo valiente  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

"El universo siempre está dispuesto a complacernos,
por eso estamos rodeados de buenas noticias:

Cada mañana es una buena noticia,
cada hombre justo es una buena noticia,
cada niño que nace es una buena noticia,
cada cantor es una buena noticia
porque cada cantor, es un soldado menos.

Por eso hay que cuidarse del que no canta, porque algo esconde.

Todo esto y mucho más, lo aprendí de mi madre
que fue la primera buena noticia que recibí.
Se llamaba Sara, la elegí como madre por la misma razón
por la que Dios la eligió como hija.

Nunca pudo ser inteligente porque cada vez que estaba por aprender algo,
llegaba la felicidad y la distraía.
Nunca usó agenda porque sólo hacía lo que amaba y eso,
se lo recordaba el corazón.

Es decir, se dedicó solamente a vivir y no le quedó tiempo para otra cosa."




A mis padres que adoran esta canción y a mis hermanos, mis mejores amigos.

Finisterrae  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

Me habían hablado de él. Al principio estaba dudoso,
suelo ser bastante escéptico con cierto tipo de aventuras.
No es la primera batalla de esta envergadura
en la que nos embarcamos. Perro viejo. Perro de mundo.

Sin embargo, cuando llegué, al instante entendí
todos y cada uno de los adjetivos que le caracterizaban
y los que me faltaban en el diccionario para hacerlo.
Estaba ahí, delante de mis ojos.

El fin del mundo.

Ahogado de mar, el sol se antojaba caprichoso
aquella tarde jugando a ser pintor.
Colores que creía que no existían en la paleta de Dios,
sombras envidiosas de no tener más tierra
sobre la que desparramarse y ese acantilado
que te invita a pensar: "Sí, un pasito más y límpiate
bien los zapatos antes de entrar, bienvenido al cielo".


Todo mapa se nos quedó pequeño,
7000 km de viaje en coche de ida y otros tantos de vuelta
nos parecían pocos cuando descubrimos el Cabo Norte
-Nordkapp-.

Estuvimos en el fin del mundo, lo olimos y volvímos.

Ahora quiero dejarme caer por todos los precipicios
que delimitan esta Tierra. Y lo haré, juro que lo haré.

Un bacio lento  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."


Avanti Piu Avanti

Si te postran diez veces te levantas No te des por vencido, ni aun vencido,
otras diez, otras cien, otras quinientas. no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
No han de ser tus caídas tan violentas trémulo de pavor, piénsate bravo,
ni tampoco, por ley, han de ser tantas. y arremete feroz, ya mal herido.

Con el hambre genial con que las plantas Ten el tesón del clavo enmohecido,
asimilan el humus avarientas, que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo;
deglutiendo el rencor de las afrentas no la cobarde intrepidez del pavo
se formaron los santos y las santas. que amaina su plumaje al primer ruido.

Obsesión casi asnal, para ser fuerte, Procede como Dios que nunca llora,
nada más necesita la criatura, o como Lucifer, que nunca reza,
y en cualquier infeliz se me figura o como el robledal, cuya grandeza
que se rompen las garras de la suerte. necesita del agua y no la implora.

¡Todos los incurables tienen cura ¡Que muerda y vocifere vengadora,
cinco segundos antes de la muerte! ya rodando en el polvo tu cabeza!




Pocas cosas en mi vida me han quedado tan marcadas como estos dos poemas de Almafuerte que leí hace ya unos cuantos años.Siempre han sido un referente de la lucha constante y de seguir cuando todo queda atrás.

Porque ya lo decía mi abuela: "hay que querer hasta que duela".




Proper education  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

Tenía en mente otro tipo de entrada, pero esta mañana me han saltado las alarmas sociales.

Cita con la salud. Voy a sacarme sangre. Entro. ¿Me he equivocado de puerta?. No. Aquello parecía una guardería. Pero no. Era la clínica a las 10 am de un sábado. Hora y media de espera. Yo practicando zen. Llantos. Gemidos. Gritos. Todo juguetes. De repente, algo rompe mi concentración. Niño rebelde. Corta revista de clínica.Papá avergonzado. Público espectante. "Eso no se hace". Niño llora. Papá respira. Papá sentencia:

"¡¡A que te pongo a pensar!!"

La gente sigue con sus vidas. Yo atónito. ¿Qué ambición tienen los jóvenes de hoy en día? ¿Qué falta de cariño les causó esa actitud? ¿Qué puede salir de unos padres que castigan a sus hijos haciéndolos pensar? ¿Qué será del mundo con semejante barbaridad?

Somos todos culpables.






A mis hijos les digo: "No future falls from sky".
Pero por favor, antes de castigar pensemos y no castiguemos al que piensa.

The Freedom Tour  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

"And the day came
when the risk it took to remain tight and closed in the bud
was more painful than the risk it took bloom.

This is the element of freedom."


Los caminos del Señor son inescrutables  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

Los más atrevidos lo llaman teoría del caos,
otros os empeñáis en bautizarlo destino,
aquellos opinan que ventura,
no, mejor casualidad,
quizá coincidencia,
fortuna,
dejémoslo en azar.







Yo recuerdo un día que tiré un dado y me salió un 7.
Tú estabas conmigo, ¿lo viste?.

I wonder why  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

"Querido diario:

Hoy, domingo, día del señor, necesito confesarme. Junto las manos y recito con murmuros el Confiteor. He pecado -¿he pecado?- y tengo la profundísima necesidad de que se me atribuyan ciertas acciones.

Me planteo lo inplanteable, me exijo metas inalcanzables, digo océanos y hago lagos, me defraudo a mí mismo. Mi autoestima se vuela con los vientos otoñales y así como si de un círculo vicioso se tratase, hago de mi existencia la no esencia. Desarrollo el drama de mi vida: inexsistente. Hablando en honor a la metáfora, estiro sombras los días de sol.

Necesito de alguien. Alguien que me recuerde cada mañana lo increíble que es mi vida, lo afortunado que soy y sobretodo mi poca capacidad de disfrute. A ese alguien creo haberlo cruzado un par de veces, pero igual que llegaron, se fueron; tan rápido que no hay tiempo para despedidas ni para razonamientos lógicos. Mea culpa. A mi falta de tacto me encomiendo y a mi falta de humanidad también, a mi irrenunciable orgullo que me está hundiendo y a mi álter ego que es una mala persona.

Hace unas semanas tuve el pálpito de creerme otro, de haber vuelto a mirarme cara a cara con una de esas personas. Llevo unos días excitado, como cuando estás enamorado -supuestamente-. Pienso en ella, la busco, la espero, la encuentro, la quiero. Nos estamos conociendo, es más de lo que nunca esperé, que sepas que el final no empieza hoy..."



ÚLTIMAS NOTICIAS: Hoy, martes 02 de marzo, los periódicos visten sus portadas de riguroso luto. Una macabra historia ha conmocionado al país entero. Todavía no encuentran explicaciones de lo ocurrido, se está investigando pero aún así El mundo, El país, El ABC, La razón, 20 minutos, La vanguardia y un largo etcétera de medios se han visto saturados por las miles de cartas de lectores cuyos mensajes monotemáticos se reducen al siguente:
"I wonder why..."


El Mundo publica en portada las fotos de los hechos. Se observa una habitación lúgubre con iluminación indirecta, en primer plano un escritorio con un reguero de sangre seca. La cabeza del jóven con la mirada vacía -y el cráneo también- sobre la máquina de escribir nadando en rojo, la pistola en el suelo.

Debajo de la cabeza y bajo un intenso foco de luz encontraron el diario, manchado pero legible. Junto a él, unos auriculares que no dejaban de repetir la misma canción en bucle infinito: Don't let me down de The Beatles.

La tragedia se condensa en gotas de pintura. Nadie entiende nada...