Déjame Salir |•| Mi hermano (Parte IV)  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

[…] Encerrado en la habitación, me quedé sentado junto a mi hermano y, como él tenía el rostro sereno, era como si aún pudiese despertar en cualquier momento y decir: “Bueno, va, basta de broma. Os lo habíais creído, ¿verdad?”. Estaba en la cama, con el pijama de rayas azuladas, la mano sobre el embozo y los ojos abiertos. Le bajé los párpados. Nadie duerme con los ojos abiertos. Tenía la piel fría. ¿Y pálida? No mucho. A las ocho y pico consideré que ya llevaba suficiente rato allí con él. Total ¿para qué? Fui al comedor para anunciar que Toni no cenaría. Mamá levantó el dedo como si yo fuese el culpable: “Ya te decía yo que había comido demasiado”. “No es sólo lo que ha comido. ¡Una botella de champán se han bebido entre los dos!”, decía papá, obsesionado en prevenirnos de los peligros del alcohol, que se habían llevado a la tumba a su hermano pequeño. Me senté y comí cuatro trozos de turrón; no tenía más hambre. Después volví a la habitación, contemplé un instante a Toni, me puse el pijama, me metí en la cama y empecé a leer. A las once y pico, papá y mamá vinieron a darnos las buenas noches. Cogidos de la mano y recortados en el rectángulo de luz de la puerta, no se decidían a entrar. Me di cuenta de que de repente se habían hecho mayores y frágiles. Nos dieron un beso. Primero a Toni y luego a mí. Mamá lo arrebujó con la manta y la sábana. A mí me hablaba bajo para no despertarlo: “Apaga la luz, que con tanta luminaria no debe poder dormir bien”.

Dormí como un tronco, más horas de las que había imaginado, y cuando me desperté me desconcertó encontrar a Toni exactamente como lo había dejado. La misma postura, la misma mano sobre el embozo. Pero ¿cómo tendría que haberlo encontrado, si no? ¿Qué esperaba? ¿Que en plena noche se hubiese dado la vuelta en medio de un sueño y todo hubiese resultado un delirio de Navidad? Dejé para otro día la tarea de ducharlo y le vestí enseguida, antes de vestirme yo. Los esfuerzos del día anterior para desnudarlo y ponerle el pijama se repitieron ahora para quitarle el pijama y vestirle. Quedé tan sudado que fui yo quien, acto seguido, se duchó con prisa. En el comedor, papá y mamá nos recibieron con una sonrisa que mezclaba agradecimiento e impaciencia. Mamá consideró que Toni tenía mejor aspecto.

Cada día que pasaba lo vestía y lo desvestía con más rapidez, y pronto conseguí que se sentase en la silla, y se levantase, con una naturalidad aceptable, y que incluso esbozase alguna sonrisa o levantase irónicamente la ceja derecha. Pasé las dos semanas de vacaciones en casa, liado con los libros de taxidermia de papá. Llevarlo al instituto fue más complicado. De entrada, la dificultad de subirlo al autobús sin que se cayese a cada momento, y sin parecer que llevaba a un borracho. Pero cada día que pasaba me desenvolvía mejor. Los días peores eran aquellos en los que no encontraba asiento libre y tenía que sujetarlo todo el rato, disimuladamente, con mi brazo derecho por detrás de su espalda, aferrándolo por el sobaco, y con su brazo izquierdo alrededor de mi cuello para, asiéndole la mano izquierda, evitar que se cayese al tomar las curvas. En el instituto, primero lo llevaba a su clase y lo sentaba en su pupitre, explicaba que se había mareado y que enseguida estaría bien, y yo me iba hacia mi clase. Si me preguntaban, les hablaba de los mareos que padecía desde pequeño y que ahora se le habían hecho constantes. Por fortuna, Toni había sido siempre un muchacho callado, que nunca en la vida había levantado el dedo en clase para contestar ninguna pregunta. La masificación escolar hacía el resto. Con cerca de una cincuentena de alumnos por aula, si se es discreto es fácil pasar desapercibido.

Un mediodía salí de matemáticas, corriendo para ir a buscarlo, y descubrí que no estaba. Un compañero que aún recogía sus libros, en un pupitre en la otra punta del aula, me dijo que se lo habían llevado a la enfermería. Lo encontré en una litera. El encargado de la enfermería me dijo que tendríamos que averiguar el porqué de todos esos desmayos, no fuera que tuviese anemia.
-Tendríais que hacerle una analítica.

Le dije de acuerdo y ya no hemos vuelto a hablar del asunto. Poco a poco he ido mejorando la técnica para ducharlo y afeitarlo. Ahora subo con él al autobús y al metro con gran agilidad.

This entry was posted on viernes, marzo 26, 2010 and is filed under . You can leave a response and follow any responses to this entry through the Suscribirse a: Enviar comentarios ( Atom ) .

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