[…] A menudo se me repite un sueño: yo soy el muerto pero no lo sé y, para no violentarme, mi hermano finge que el muerto es él mientras, disimulando la verdad, me lleva de un lado a otro. Es él quien, con el brazo que me pasa por la espalda, me aguanta y me hace cumplir con las rutinas de la vida diaria. Es un sueño que me hace feliz y me ayuda a llevar adelante esta complicada vida conjunta que llevamos. Hubo, eso sí, un momento crítico: cuando encontró novia, Teresa, una chica que de forma especial valora en él que sepa escuchar, una actitud nada habitual en otros hombres, dice. Me pareció que no conseguiría salir adelante. Sobre todo cuando decidieron ir a vivir juntos y tuve que convencerla de los motivos inexcusables –inventados sobre la marcha- por los que yo también tenía que ir a vivir con ellos.
Seis años más tarde murió mamá y, al cabo de pocos meses, papá, que sin ella se deshizo como un helado al sol de agosto. Pensé que, al haber muerto nuestros padres, por fin había llegado el momento de dejar de fingir. Pero le doy vueltas y más vueltas, y siempre acabo por no atreverme. En parte porque esta dedicación obsesiva a mi hermano, este vivir por persona interpuesta, me ha ahorrado todos estos años tenerme que relacionar demasiado con gente, tener que ser realmente yo, y en parte por Teresa, que no sé si soportaría saber la verdad.
DESCANSO DOMINICAL - Otro punto de vista -
Hace 3 años
1 botones perdidos