A mitad de camino entre Madrid y A Coruña reaccionaste y frenaste en seco. Saliste del coche, sin chaleco ni calma, para intentar volver a meter todos los pájaros que se te volaron en la jaula que te regalé años atrás.
La noche anterior estuvimos hablando de secretos y parentescos. El río rompió presas y el agua tomó caminos ya secos después de la última gran inundación. Te llevaste por delante todo lo que se atrevió a plantarte cara y removiste fondos que las hormigas usaban de garage.
Dejaste sin aire a las raíces del árbol que plantamos juntos, te arrepentiste y me odiaste. Y maldijiste el día que nuestros hermanos se hicieron uno y la gente confundía nuestros apellidos por la calle.
Ahora me intentas explicar -sin éxito- tu enfado. Alzas la vista como para darme tu perfil más favorecido y no vi más que a un Napoleón desterrado con su caballo ya moribundo y sin embargo altivo.
Ya preocupado por tu falta de humildad, me levanté decidido a regarte los labios y no regué más que los míos. La roja me manchó las botas y también los poros de asfalto rugoso que éstas pisaban. Bajé la frente en un mareo justificado y te vi a miles de kilómetros de distancia.
Cuando quise darme cuenta tu línea de tiza me atravesaba el cuerpo. Me dijiste: "¿Ves la línea?". Entendí, al ver los volados de tu falda, que si atravieso tus límites, tus límites me atraviesan a mí. Odio las barreras y tú no te cansabas de hacerme esnifar tiza.
Líneas y líneas de tiza.
Grité desesperado: "Hija de puta, con lo que yo te quería..."
Una mecha se encendió en tus párpados y al cabo de unos segundos, la metralla me golpeó a la altura de la tercera costilla derecha.
Salió agua.
DESCANSO DOMINICAL - Otro punto de vista -
Hace 3 años
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