Cuantas manos se perdieron en el bolsillo de atrás de mis vaqueros.
Cuantas historias inacabadas, cuyo mejor momento fue la intimidad de ir detrás. Ese instante de inocencia en el que toda la realidad se cubre con la sordera de no ver, con la ignorancia de no oír. El punto en el que puedes ser lo que quieras, en el que la tela azulada parece tan sólo el techo del cielo y te invita a subir, a trepar, a dejarte caer mientras planeas no tener más planes.
Puede que sea por la rutina de ser la prenda de cualquier lunes, o por el anonimato que implica ir siempre a la zaga de mi cuerpo, pero ha visto más cosas que cien cremalleras desabrochándose al mismo tiempo. Ha seguido mis pasos, aun cuando sabía que eran equivocados. Ha sido la fidelidad y el silencio. El lugar donde guardar los pañuelos que has de empapar mientras escuchas callado.
Pero ya no, hoy ya no va a ser tan sólo la sombra muda. Se ha colmado el vaso, y ha visto que no quedaba más remedio que verterse sobre todo aquel que esté dispuesto a escuchar sin meter las palabras en botellas de cristal. No sé si será una buena oferta, pero ojalá y quisieras quedarte por aquí.
Ponte el dedal. Hay mucho por coser...
2 botones perdidos