Llegué como quien sorbe una sopa a disgusto, sin respirar.
Te vi en aquel andén, sentada en el banco donde se abandona gente que no tiene prisa por dejar de llorar. Tus ojos me suplicaban que me diese la vuelta y me subiera al mismo tren del que minutos antes me había bajado, pero si hiciese caso a todo lo que me piden tus ojos esta historia acabaría aquí.
Un titubeo en clave de susurro me dejó entrever que dudabas de la causa de mi presencia en aquel momento tan inoportuno para ti. Si te soy sincero, siempre me sentí fuera de lugar contigo, tan fuera de mi lugar, que estaba en el tuyo.
Antes de que tu puño de acero -pulido por la todavía fresca pérdida de un ser queridísimo a manos de un tren- me golpease la boca sin pedir permiso, mi dedo cómplice resolvió todas tus dudas.
Fue demasiado tarde.
No me inmuté, era parte del guión -lo venía escribiendo de cabeza-. A pesar de ello, tu gesto cambiante se giró horrorizado por lo que acababa de hacer dándome la espalda. Cuestión de pudor.
Aproveché ese momento para ser más rápido que tu arrepentimiento. Cuando te volviste de nuevo, ya no estaba. El agobio pasó a ser desesperación y ya no llorabas por él, sino por mí.
Una vez se consumió la vela, tu cuerpo se desplomó exhausto sobre la cama aún sin hacer. El rojo contrastó con el blanco y la falta de higiene se convirtió en arte. Fue entonces cuando mi nota de papel ensangrentada del jugo de mi labio inferior por la hazaña, saltó de tu bolsillo casi a propósito para derramar sorpresa por tus sábanas llenas de neuronas en cortocircuito.
La nota te lo dejaba claro -profetas- "Si me ahogo en tu lamento, llévame siempre a tu vera". Vine con un único objetivo y me lo arrebataste. Ahí te quedas con mi beso hipócrita que esconde dos besos sinceros en pretérito.
Me fui como quien se rinde antes de tiempo, sin ti.
DESCANSO DOMINICAL - Otro punto de vista -
Hace 3 años
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