Sombras alargadas  

Lavado y planchado por "Aquel chico..."

- "Aquel chico..."

Respondió entre lágrimas que abrían surcos de suciedad en sus mejillas simétricas. Habló sin pensárselo ni una vez, como quién actúa por venganza. Pura. Después, sin ni siquiera asomarse al abismo de saber las consecuencias que le acarrearía en el futuro, sentenció con su índice, cruzando así todo el patio hasta dar con una silueta en la lejanía. Yo. La silueta. En la lejanía.


Con esa instantánea comienza la historia real o no de mi nickname. Así, me escondo de la cantidad de suicidios sin éxito -y con él- que han generado mis relatos. O pongo un supuesto dueño a amores no correspondidos que rompen corazones incipientes, diría yo.

Cuando tenía 10 años me enteré, sin querer queriendo, que no existían los reyes magos, pero eso ahora no viene a cuento. A los 14 años, ya con unas cuantas frustraciones personales al hombro -como la de no saberme superhéroe, ni siquiera héroe a secas, o como la de darme cuenta que las chicas y los caramelos no son comparables- sí que podía afirmar con toda seguridad que sabía tratar a la gente. Quién dice tratar, dice maltratar; un pequeño matiz nomás.

Tuve especial predilección por las chicas. Já, las chicas. Fui como un virus nuevo: te avisan por todos los medios posibles, te explican sus efectos, desarrollan sistemas de defensa rudimentarios, incluso lo ves venir desde muy lejos; pero ni con esas -ni con otras-. Arrasé con todo lo que se me ponía por delante, era como un niño que se divierte jugando con la mente de los demás, pero sin el como. Después de meses de práctica infundada, depuré la técnica y conseguí utilizar mis skills para lograr objetivos específicos.

Ya no me andaba con tonterías: hice creer a una desprotegida que era adoptado y que mis falsos padres me habían enseñado que practicar sexo era sentarse uno al lado del otro y mirarse durante largas horas. Pisó el palito. Se ofreció voluntaria creyendo hacerme ver la "verdad" de la vida y así perdí la virginidad. A su amiga le juré que la primera había abusado de mí -ni sé de qué forma, ni me importa- y que emprendería acciones legales contra ella. Fui un descarrilado ante sus ojos y de tal modo rompió toda relación con la abusadora. Vivió un par de meses conmigo en su afán de sacar su lado más maternal. Luego, entendió.

Una tras otra, crearon un sinfín de mentiras piadosas y de juegos mentales y psicológicos y de conducta y de moral y de tantas otras cosas que no sé pronunciar. Hasta tal punto que ya no sabía si jugaba con ellas o ya jugaba contra mí mismo.

Me olvidé de todo porque me creía el rey del mundo. Suele pasar. Inventaba un mundo paralelo, lo envolvía para regalo, lo dejaba en el buzón de mi próxima víctima y casi por arte de magia, lograba todos mis propósitos -imagínense la calidad de propósitos que se puede tener con 16,17 y 18 años- cuando ella abría el florido paquete.

Qué feliz fui. Qué hijo de puta fui.

¿Qué será de aquel chico? ¿Qué será de sus problemas?




This entry was posted on jueves, septiembre 09, 2010 and is filed under . You can leave a response and follow any responses to this entry through the Suscribirse a: Enviar comentarios ( Atom ) .

3 botones perdidos

¿Qué será de todos nosotros si alguien como tú miente tan bien? Un beso de ultramar, a ver si te llega.

jajajajajajaajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaj