Los focos impávidos revolotearon por el techo de la carpa buscando al héroe que nunca llegó.
El redoble de tambor se convirtió en la banda sonora de una película demasiado corta. Tan corta que ni empezó.
Salieron los payasos, con la tristeza habitual que les caracteriza.
Sin sarcasmo. Son seres decaídos y melancólicos que delante del espectante público
pintan su mejor sonrisa más allá de los límites de sus bocas. Noche tras noche.
Hay tantos payasos en el mundo sin saberlo...
Sin embargo, los niños, ausentes del mar de fondo, vitorean y hacen
muecas de asombro ante semejante derroche de sinestesia.
Y tú, tú ahí arriba, empeñado en hacerlo, hijo.
Tus piececitos concienzados del reto, soportaban el peso de una historia conmovedora.
Era tu momento, tu vida se apresuraba por llegar a un sitio al que tú llegaste
hace tiempo, incluso antes que el tiempo.
Mirabas como un chiquillo más el espectáculo que se expresaba bajo tu sombra,
tan seguro de ti mismo en las alturas que yo tejía un manojo de nervios interminable
contando tus pecas, por si me olvidaba alguna.
Compré las mejores entradas para verte. Centradas, en el graderío superior
y al lado de tus mejores amigos, ambición y soledad.
Ya estaba todo preparado. Tu actuación prometía suspiros,
pero el raro acontecer de los hechos, te proclamó como uno de los mejores funambulistas del circo.
Al día siguiente te despidieron.
Aplausos.
Maestro de ceremonias. Sube. Hola.
Tu nombre. Más aplausos. Saludas.
Si me ves, relájate.
Un paso adelante. Dos pasos adelante.
Ahí está, tu primer pie en la cuerda floja.
Un paso anterior. Dos pasos anteriores.
Si me ves, ampárame.
Tu nombre. Más abucheos. Saludas.
Maestro de ceremonias. Baja. Adiós.
Abucheos.
La radio me escupió a la cara una verdad consistente.
Sólo le hizo falta proclamar orgullosa:
"Dame e cavalieri, ho l'onore di dare il benvenuto al circo."
¿Y tú? ¿Payaso o funambulista?
2 botones perdidos